Laphet Blanc

Hijo de padres Shinigamis, no siempre vivió en la Tierra. Un padre estricto y severo que siempre le inculcó que debía juzgar a la gente y quitar sus vidas según ese criterio; una madre delicada que le enseñó el amor y con delicadeza su labor, creciendo con estas dos visiones que lo volvieron temeroso de sus prácticas, evitandolas tanto como pudiera. Es por eso que sus padres fueron juzgados, su madre entregando su vida a cambio de las de ellos. Luego de la gran perdida, tuvieron que vivir y esconderse en Bélgica durante largos años, donde su padre fue severo y aún más estricto con él al enseñarle su trabajo como Shinigami: lo torturó y lo obligó a tomar las vidas que fuesen necesarias hasta que al fin obtuvieron el perdón de otros Shinigamis superiores, ubicándolos en lo alto de la cúspide otra vez, como por generaciones habían sido. Laphet se había vuelto retraído tras esto, y parecía siempre consternado de sus prácticas, de las cuales poco a poco se fue acostumbrando y tomando placer propio en las muertes ajenas. Su padre, ahora que habían vuelto a ser aceptados para volver a sus tierras natales, le trataba mejor, pero ya había fundado en él un temor y respeto que le debía profundamente, especialmente por las largas horas de tortura que le provocó para volverlo un Shinigami digno; le enseñó que todo era duro, y que no debía tener piedad, que era un Dios de la muerte y que todos debían temerle. Finalmente aprendió perfectamente sus lecciones, pero había olvidado el amor y la ternura que su madre le enseñó, volviéndose casi alguien corrompido.
Fue cuando, en una de sus visitas esporádicas a Bélgica a visitar la tumba de su madre, conoció a Magdalene, una Shinigami joven como él, igual de severa que su padre, seductora como cualquier Dios. Magdalene era orgullosa por naturaleza, y altanera como cualquier otro, pero que parecía realmente interesada en él, en concretar algo con él, y que le dio a conocer el rumor del “Génesis”. Magdalene era, de todas las criaturas existentes, la única a la que le podía confiar cualquier cosa.

“Con el Génesis podríamos ser los únicos Dioses en este universo, no te parece genial, Laphet?”, le dijo Magdalene un día.

Compartía el mismo sueño de Magdalene, y, de alguna forma, terminó enamorado de ella; pero una vez más, los Dioses la habían juzgado y condenado al enterarse de que se revelaba ante los grandes linajes de Shinigamis, generando gran interés en todos sobre el Génesis. El único modo que encontraba de redimirse de la muerte de las dos mujeres que amaba era encontrada el Génesis, y es por eso que volvió a Bélgica antes de viajar a New York, donde, antes de hacerse con la preciada reliquia, debía retirar a los Vasilikós del camino, generar un mundo anterior a sus mentiras, un mundo donde gente como su madre y Magdalene, llenas de amor y de sueños, volviera a llenar cada rincón de la tierra. Solo con el poder del Génesis podría generar el equilibrio que todas las criaturas necesitaban, así tuviera que matar a miles para conseguirlo; después de todo, tenía un trabajo bastante divertido. Es por esto que ha decidido llegar a New York, en busca del Génesis y para derrocar a los Vásilikos, quienes les parecen en su mayoría miserables e inútiles